La escultura romana, lo mismo que la arquitectura, es original en el espíritu de su finalidad, pero en ella pesan mucho las aportaciones formales etruscas y griegas (helenísticas); y en las invenciones propias, así como en las aportaciones de las influencias de otros pueblos con los que entró en contacto un imperio tan grande.
La escultura romana enfatiza los acontecimientos históricos y las personalidades públicas, reforzando así su sentido propagandístico. Se caracteriza por un gran realismo, en el que tiene un lugar privilegiado el retrato, que alcanza gran profundidad psicológica. Las obras están hechas preferentemente en mármol y en menor medida en bronce u otros materiales.
En cuanto a los tipos, son frecuentes el retrato y el relieve histórico narrativo, en los que los romanos fueron grandes creadores. También son muy frecuentes los sarcófagos decorados con relieves de temática mitológica.
El retrato podía ser de cuerpo entero o solo busto, sedente o de pie, vestido con la toga de patricio o con coraza y atributos militares, con atributos de pontifex maximus o divinizado (semidesnudo coronado con laurel). Son numerosísimos los retratos de todo tipo conservados de los emperadores y sus familiares, caracterizándose por la evolución desde el realismo republicano a las formas más idealizadas de origen helenístico del Imperio y, desde estas se agudizan las tendencias esquemáticas y faltas de movilidad en las obras de los siglos II a IV.
Por lo que se refiere al relieve de carácter histórico se interpretó como un medio instructivo al servicio de la política; se narra con gran realismo los hechos bélicos y civiles en los que se ensalza al emperador. Los relieves aparecen en los arcos de triunfo y las columnas conmemorativas. La escultura expresa el poder del Estado, pero también hay una escultura privada en la que se representan los dioses protectores del hogar, y se copian las grandes obras del pasado, sobre todo griego.
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